Instantes a solas con el piano

Es el pulcro retrato de un instante, tan momentáneo como delicioso, inexplicablemente experienciado, como un beso que fortuitamente se posa en tus mejillas, como un aroma que te sabe a «hogar», como un adoquín que súbitamente te embelesa. Consta de una sencilla melodía que se desenvuelve atosigada por cromáticas armonías, empeñadas en apresarla con las redes de sus colores.

Es el atisbo de un dulce instante que logra fugarse de la constante censura de la rutina. El mismo es propiciado por cualquier detalle ordinario que, según cómo se mire, es en realidad extraordinario: la sonrisa que se escapa de los labios de un conductor de autobuses, las juguetonas formas de las nubes, el tierno abrazo de una pareja que te rebasa, la parca solidaridad de un viandante que deja el paso a otro, la forma en que se aferra un niño a la mano de su abuela…  Desgraciadamente, el resquicio de vida termina tan pronto como te olvidas de apreciarlo. Toda la pieza se basa en el archiconocido uso de un piano que emula al arpa, acompañando en arpegios las hilvanadas melodías teñidas con apoyaturas.

Es el reflejo de un instante inexplicable de felicidad, estado del ánimo que acompañamos sincronizando nuestros pasos al son de la alegría que brinca en nuestro interior; pasos de dicha que nos conducen a todas y a ninguna parte. De ahí el carácter caminante de su música.

Es el enigmático embrujo que se desprende de alguien a quien no conoces, pero que acaba de formar parte de tu vida ¡en ese instante!, ya sea porque tu vista se ha tropezado con él, ya sea porque lo han hecho tus palabras. En cualquier caso, tu atención ha retenido ‒¡de repente!‒ a ese desconocido. ¡Y ha sido mágico! Puede que se deshaga al momento de él. Pero también puede que quede archivado ese encuentro en tu memoria, como un suspiro inextinto. La pieza recrea ese hechizante misterio con sus pigmentos modales.  

Es el sorpresivo instante en el que tu mente evoca una vivencia muerta, reconstruyéndola para ti de nuevo. ¡Qué quiere decir si no eso hacer memoria! «Hacer» memoria… ¡La memoria «se hace»! ¡Los recuerdos son hacedores de memoria! ¡Y tú acabas de invocar a uno! Como las pisadas en la arena de la playa, al disiparse, sus huellas permanecen momentáneamente (¡o toda la vida!), dejando un rastro que te da pie a seguirlo. ¿Lo harás? ¿Y luego? ¿Borrarás sus huellas? ¿Y las tuyas? Musicalmente, el recuerdo aparecerá en esa monotemática melodía (¡una y otra vez!), alterándose, pervirtiéndose, metamorfoseándose en cada ocasión en la que vuelve a ser rememorado.

Es la esencia de un instante compartido, pues esos son los únicos que incitan a intimar, a profundizar en alguien, junto a alguien, con alguien, transformando el «uno» que nos corresponde ‒‒y del que no podremos desprendernos nunca‒‒ en un fabuloso «dos». La relación binaria aparece a lo largo de toda la obra, y especialmente en la reexposición, con voces cómplices y relevos melódicos, con roles alternantes y regiones tonales sin unicidad (¡empieza en MibM y termina en MiM!), para brindar a nuestros musicales personajes una intimidad donde conocerse.