Marinero

Era una conversación de tantas mantenida en una de tarde de tantas que, inesperadamente, se hizo inolvidable. Mi abuelo, desde su sillón, me escuchaba ahora. Supongo que yo le confesaba cómo, por qué y cuánto de adictiva se estaba volviendo mi sed de conocimiento, mis ganas de aprender, mi incontenible interés hacia todo aquello que despertara mi contenido interés (¡demasiado lo despertaba!). Y, cuando terminé de desnudar mis confidencias, mi abuelo, tan dado a declamar poemas para ilustrar sus ideas, para explicar sus puntos de vista, desplegó ‒¡una vez más!‒ su sabiduría, engatusándome con éste:

⸺Marinero,

¿me cambias tu barca y tus redes

por mi ciencia y mis libros de texto?

Una pausa. Una duda.

⸺No acepto.

La mar estaba escuchando

y se alejó sonriendo.

Tal fue el impacto de sus palabras, de esos versos, que mi abuelo intentó suavizarlas con otras, con otros, para no desalentarme en mi impulsiva y adolescente predisposición hacia el saber. No lo consiguió. El efecto continuaba patente. Los versos continuaban resonando en la tarde, y seguirían haciéndolo durante los meses siguientes, conforme iría descubriendo que comprendiendo más comprendía menos. ¿Por qué? Los versos revelaban la respuesta.

Cuando mi pubertad se marchitó, y escribir se volvió más que pasar malos y buenos ratos (básicamente, seguía siendo eso, pero aderezado con otros y complejos añadidos), ese poema nuevamente acudió a mí, y yo, nuevamente, a mi abuelo. Para entonces, mi inquietud había comenzado su apogeo sapiencial; mi abuelo, su decadencia cognitiva. Aun así, sabía de qué poema le hablaba. Desde esa vez, lo había recitado en incontables ocasiones. Pero nunca supo decirme con certeza el autor o autora del mismo. Me propuso algunos nombres (Rubén Darío fue uno de los candidatos). Mas no. Ninguno terminaba de ajustarse a la autoría de esos sugerentes versos.

Para no olvidar lo que las palabras de mi abuelo (a través de las del para-mí-desconocido poeta) me enseñaron, decidí, años después, retenerlas en una composición musical.

Ésta.