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Preceptos del buen odiar
13 preceptos que constituyen una imprescindible evangelización del ODIO
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El odio no atrapa la verdad, la encierra en un pensamiento inmóvil donde nada puede transformarse, donde todo es para siempre inmutable: el que odia navega en un universo de certezas
‒ Heitor O’Dwyer de Macedo ‒
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Preceptos del buen odiar
1. Antes de nada, improvise, descubra, conciba una diana. No se preocupe por las dimensiones, aunque tenga presente que, cuanto más grande y genérica, desmatizada, más fácil será atinar.
2. Dele una forma apropiada. Para ello, escoja a alguien cualquiera. Un familiar, un colectivo minoritario, una expareja, un conocido, un sexo, una nación, a usted mismo si lo quiere. O algo, algo que pueda ser elemental y asequiblemente detestado.
3. Justifique su elección. Puede inspirarse, si es alguien, en una circunstancia puntual, inesperada o no, pero, a su juicio, sí adversa: su sola presencia, existencia, un comentario por lo pronto inocuo, un error, una ruptura, una traición, la muerte de un ser querido, un malentendido, una esquirla de información, en definitiva, cualquier evento o cosa que camufle la propia ignorancia, vergüenza, envidia, miedo, prejuicios, baja autoestima, agresividad… Si es algo, en cambio, no debería dudarlo: justifíquelo con que le irrita, con que le frustra, con que contraría sus gustos y apetencias, con que se resiste a sus conocimientos y habilidades.
4. Exhumadas las razones, los argumentos, hiperbolícelos. La verdad, en estos casos, cuanto más difícil de reconocer, de reconstruir, mejor, por lo que, si fuese necesario, paviméntela con púas, con podredumbre, con creencias sulfatadas prestas a la combustión.
5. Hecho lo cual, vuelva a la diana. Aférrela. También con los dientes. Hasta hacerse daño. Hasta sangrar. Al mismo tiempo, si se ve capaz, mastique. Aunque indigesta, suele ser sabrosa. Aunque punzante, disfrutable. Tanto, que podría sustentar una vida.
6. Sin dejar, cada pocas horas, meses, de rumiarla, arrastre la diana más allá de la posibilidad del perdón.
7. Arráiguela. A falta de nuevos hechos, tiene a su disposición, no lo olvide, una aversión, además de sedentaria, fosilífera, y un puñado de recuerdos sin distorsionar, pendientes de tergiversión y remache. De no ser, aun así, suficientes, saétela. Con saña. No importa que su mirada, opaca, le obstruya la visión. Limítese a desear su mal. Para lo cual, desaljabe los ecos de su ira, y dispare. Su venganza ideal, y dispare. Tanto sentir patológico, antipatía, ojeriza, hostilidad, rencor irresolutos, y dispare, dispare, dispare, dispare. Ya puede todo ese veneno errar su blanco, que usted quedará, como mínimo, a gusto, no a gusto, desfogado, no desfogado, rebosante de paz: una paz en llamas.
8. Sea, en todo momento, consciente. Cada impacto. Cada sensación. Cada decisión. Cada quemadura. Es crucial para digerir que todas esas descargas no sólo no son injustas sino que están, como se ha aducido, debidamente justificadas.
9. Hay, entre la diana y usted, con independencia de la reciprocidad, una tensión altamente inflamable. No la desdeñe, nútrala. Un insulto, una lágrima, un razonamiento, un fracaso, un favor, un estereotipo atornillable, lo que sea con tal de acrecentarla, siempre acrecentarla. No por nada se le exige, como propietario de dianas, un activismo reactivo y reaccionario, libre, en cualquier caso, de remordimientos. Ése es el motivo por el que todo lo que usted piense, sienta y haga contra ella es poco. Demasiado poco.
10. De cuando en cuando, la diana amagará con moverse, con cambiar. Incluso augurará, de repente, su volatilización. Impídalo. A toda costa. Es decir, jamás, bajo ningún concepto, la pierda de vista. Antes bien, familiarícese con ella, habitúese a prestarla atención. Desmesuradamente. Mantenerla en un perfecto estado requiere obsesión y, desde luego, tiempo, constancia, no ya ofuscada, rápida, chapucera. En consecuencia, no escatime sus energías y emociones en causas menos animadversas; prodíguelas en ésta, si no con efusión, por lo menos, a muerte.
11. Complemente tales esfuerzos con mecanismos de afirmación. Por ejemplo, haga público cuánto aborrece la diana y, sobre todo, por qué. Por ejemplo, compártala, que otros puedan poseerla, o sea, duplicarla, o sea, convertirla, igualmente, en ese referente blanconegroico contra el cual estampar, sin miramientos, su discriminatoria corrosión.
12. Mileniarice —si acaso, con fines lucrativos— la diana. La historia ha demostrado que aquéllas que más perduran y más ojos ocupan fructifican en una pandémica rentabilidad. Liderar la contaminación, o lo que es lo mismo, universalizarla, no excluye, sin embargo, permanecer alerta. Pudiera suceder (y esto es sólo una posibilidad) que la diana, de un año para otro, se pierda en la distancia. Prevenga esto recolocándola, cada dos por tres, al alcance de las culpas. Si las andanadas de acusaciones no bastasen, sí debería hacerlo la continua humillación, el descrédito continuo. Digámoslo de otro modo: cuandoquiera que se le presente la ocasión, devalúela. La más conveniente manera: menospreciando, envileciendo, devastando cualquier atisbo de logro o virtud, de realidad o inocencia. Siempre será más cómodo, no obstante, dejarse contagiar; más pragmático, dejar que otros le inoculen sus justificaciones particulares, sus dianas. Mientras haya un objetivo, que sea propio o ajeno es irrelevante. Lo primordial: tener, perpetuamente, dónde apuntar.
13. En ningún caso tendrá sentido o validez refinar la puntería sin una diana en la que enquistarnos. En otras palabras: ¡ni se le ocurra quedarse sin diana! El riesgo de perderla no es un riesgo asumible. Afrontar su ausencia, su súbita deserción, sería, a todas luces, catastrófico. ¿Que se le queda pequeña? Invéntese otra. ¿Que no sabe cuál escoger? Polarícese. ¿Que lo semejante y familiar ya ha sido emponzoñado? Renueve sus más intensos bríos y arremeta, esta vez, contra lo diferente, lo desconocido. ¿Qué le agota y desentusiasma la solitaria destrucción de tanto interior suyo? Confraternice con otros simpatizantes de la efervescencia, incítelos con enconos, con soflamas, hasta que, embrutecidos, también rebuznen y muerdan. ¿Que se le incrimina una pasión y conducta delictivas? Ampárese, sin pensarlo, en la libertad de expresión. Cualquier clavo ardiente antes que la nostalgia, peor, el vacío de detenerse, una mañana, frente a uno mismo, sorprender, al corazón, desahuciado, no encontrar quién quiera vivir en él y sentir, de improviso, ese vértigo, baldío, errabundo vértigo, vértigo, en cierto modo, reconstituyente, como de diluvio y cicatriz, a solas, royéndonos la memoria con el timbal de los sollozos.
(marzo 2024)
«Preceptos del buen odiar» es el último texto reflexivo de Una forma más de ver el mundo (en un momento dado) (2024). Todo él está infestado con referencias a y pasajes de ciertos autores y obras, de muy variopinta procedencia y género. Las más representativas…
«El odio, como todas las emociones y sentimientos, parte de un juicio, entraña una manera de ver, se asienta en creencias»
(Piedad Bonnett, 2019)
«El odio no atrapa la verdad, la encierra en un pensamiento inmóvil donde nada puede transformarse, donde todo es para siempre inmutable: el que odia navega en un universo de certezas»
(Heitor O’Dwyer de Macedo, 2008)
«Son puertas de sangre, / milenios de odios, / lluvias de rencores, mares»
(Rafael Alberti, 1929)
«Snape, con su actitud hacia Sirius, se había colocado a sí mismo, para siempre e irrevocablemente, más allá de la posibilidad del perdón de Harry. […] Harry se aferraba a esa idea porque le permitía culpar a Snape, lo cual era reconfortante»
(J. K. Rowling, 2005)
«Así que odia (odia) / y estrecha el alma. Hay quien intenta con su odio que te enfades / y que así pierdas la calma. / Es tan rentable mantener esa tención, / crear miedo a lo extraño. / Es importante que, aunque no haya una razón, / siempre pensemos que alguien quiere hacernos daño»
(Rupatrupa, 2020)
«Se sobrevive con el odio, da fuerzas para resistir»
(William Wyler, 1959)
«Es mejor combinar el odio con el miedo. De todos los vicios, sólo la cobardía es puramente dolorosa: horrible de anticipar, horrible de sentir, horrible de recordar; el odio tiene sus placeres. En consecuencia, el odio es a menudo la compensación mediante la que un hombre asustado se resarce de los sufrimientos del miedo. Cuanto más miedo tenga, más odiará. Y el odio es también un antídoto de la vergüenza»
(C. S. Lewis, 1942)
«El art. 510.1 CP precepto constituye, junto a otros, uno de los más destacados instrumentos político-criminales con los que cuenta el sistema penal español en la lucha contra el racismo, la xenofobia, la homofobia y toda suerte de discriminación por razón de ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia o raza, su origen nacional, su sexo, orientación sexual, enfermedad o minusvalía. […] La legislación trata de agravar la pena de determinados delitos cuando su autor los comete impulsado por móviles discriminatorios. […] El llamado “discurso del odio”, entendido como incitación a la discriminación, odio o violencia racial, xenófoba, homófoba, etc., no queda amparado, por principio, por el derecho fundamental a la libertad de expresión»
(Víctor Gómez Martín, 2016)
«A nada se odia con más intensos bríos que a aquello a que uno se parece y uno llega a aborrecer el parecido | De aquellos actos a los que nos conduce el odio, a los que vamos como adormecidos por una idea que nos obsesiona, no tenemos que arrepentirnos jamás, jamás nos remuerde la conciencia»
(Camilo José Cela, 1942)
«Internet y las redes sociales, por la dificultad de identificar y atajar estos comentarios racistas y xenófobos, sirven de escenario virtual para difundir y alimentar pensamientos y discursos de odio, que encuentran públicos simpatizantes que de otra forma serían más difíciles de aglutinar. […] Entra en juego el sentimiento de cohesión o pertenencia grupal, que entre otras cosas, refuerza ciertos comportamientos que en otros entornos serían vistos como políticamente incorrectos o fuera de lugar»
(Laura Bustos Martínez, Pedro Pablo de Santiago Ortega, Miguel Ángel Martínez Miró y Miriam Sofía Rengifo Hidalgo, 2019)
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