¿Qué es la «música reflexiva»?

La música reflexiva no es más ni menos que música para el cambio, pero para un cambio nacido de la reflexión. Al ser la reflexión una capacidad individual del pensamiento, la música reflexiva es también individual, íntima, entre uno, de uno y para uno con uno mismo. Contra lo que puede parecer, esa reflexión no es aleatoria o espontánea, sino intencionada, así como orientada y guiada por un mensaje concreto, un mensaje que el compositor pone al servicio del oyente, un mensaje que va más allá de la música misma, un mensaje que no sólo la completa y complementa, sino que la origina. Tanto es así que la música reflexiva carece de sentido sin él. ¿Y qué caracteriza a ese mensaje? (1) Primeramente, su CONTENIDO, sin más razón de ser que la de remover los cimientos del pensamiento y la opinión, que la de, o bien tambalear, o bien consolidar el propio criterio. (2) En segundo lugar, su FORMATO. El más predominante es el artístico ‒y en especial, el literario‒, porque la reflexión se guía más eficazmente con la expresión que encierra el arte y, concretamente, las palabras; aunque no se debería subestimar otros formatos igualmente apropiados para el propósito de reflexionar, como las imágenes o los recursos audiovisuales. (3) Una tercera característica del mensaje como parte de la música reflexiva es su TEMÁTICA. Si bien cualquier «algo» que pueda ser pensado induce a la reflexión, los temas que nos afectan personalmente, las cuestiones que agitan nuestra estabilidad emocional, los problemas que se personifican en nuestra cabeza, esos son los más indicados para ser objeto del mensaje elegido por el compositor. En la música reflexiva, por tanto, la parte «reflexiva» corre a cargo del mensaje y de cómo lo interpreta y medita cada cual. Entonces, ¿qué función tiene la «música» en la música reflexiva? Principalmente, la de incluir el mundo de los sentidos en el mundo de la razón, la de secundar la reflexión con el oído. En la música reflexiva, a fin de cuentas, los sonidos son exclusivamente un medio para conducirte a lo más recóndito de tus cavilaciones, una atmósfera que te ha de envolver hasta ponerte en situación de pensar, de cuestionar la información que acabas de recibir. De ese modo, el rol de «oyente» se aúna con el de «pensante». ¿Y por qué se la denomina «música para el cambio»? Pregúntese primero dónde está el cambio. Una vez se localice en el ámbito de la acción, pregúntese qué origina la acción. Cuando se encuentre la respuesta en el ámbito del pensamiento, pregúntese cuál es el motor del pensamiento. Así es: la reflexión.