Majatuvi

Tener de frente a una persona a quien ‒‒pues aún no lo sabes‒‒ los años harán amiga tuya, es algo tan incomprensible como fascinante. Entre unos días y otros, a base de coincidir y compartir toda clase de momentos, esa persona, en proceso de ser conocida, horadará su propio sitio en tu vida. Mientras, conforme la descubres, se van revelando facetas de ella que jamás habrías imaginado que tendría. Nadie dijo que sería fácil entablar una amistad con alguien, pues las amistades se revisten de más matices de los que uno puede contemplar. Por ende, no todos los descubrimientos en la piel de tus amigos te agradarán. Eso, en parte, es algo bellísimo, porque la complejidad de aquel al que nunca dejarás de conocer superará con creces tu propio entendimiento, o bien impresionándote, o bien decepcionándote. Pero a los amigos, sean cuales sean sus luces y sus sombras, les tendrás reservado perpetuamente un lugar privilegiado dentro del tiempo que se te ha concedido; y este tiempo tuyo, si es en ellos, que no quepa duda, siempre estará bien invertido.

Majatuvi pretende dar forma a esas mismas luces y sombras que hilvanan el carácter de un amigo, haciéndole, pese a su enjambre de defectos y virtudes, afín a quien como amigo le acepta.  

Respeto a la trama musical, toda la obra, expresamente moldeada en forma de sonata, será un juego constante entre «sombras» y «luces» musicales. Las «sombras» serán algo así como defectos del carácter, más dramáticos y rítmicos, disfrazados en el modo menor; mientras que las «luces» emularán, en contraposición a esos defectos, las virtudes, en forma de pasajes, más libres y cantables, verdecidos a través del modo Mayor. Asimismo, la «música de cámara» resultante ‒‒inspirada en el Tempo de Siciliana, de la Sonatina (1965), Opus 205, para flauta y guitarra, de Mario Castelnuovo-Tedesco‒‒ estará caracterizada por el obstinado intercambio de roles entre el violín y la guitarra, con equidad en el protagonismo y en los diálogos, transgrediendo el injustamente idiomático papel acompañante de la guitarra en este tipo de música. Por otra parte, el repertorio de ritmos y variaciones (alegoría de las mutaciones y entresijos de la personalidad) pretenden conferir a Majatuvi un sabor nuevo, el cual debería sobreponerse al harto conocido patrón de la sonata clásica.

Al fin y al cabo, esta pieza no es ni más ni menos que un canto de agradecimiento a un amigo, que es amigo tal y como es, con lo bueno y con lo malo. Si a esto se le suma que en ella conviven tanto elementos de la tradición clásica como elementos de nuestra contemporaneidad, el desafío compositivo que encierra Majatuvi se desplegará entonces: haber confeccionado una sonata del pasado que refresca nuestros aletargados oídos a través de una música velada por ritmos y armonías del presente.