Rádafa Foliana

Tan pronto como te arrojan sobre el aprendizaje, comienzas a revolcarte en una enmarañada infinidad de saberes, saberes que un día serás capaz de desenmarañar, escogiendo aquellos que más te convienen. Sin embargo, como nadie tenga el detalle de arrojarte sobre ellos, te limitarás a dar palos de ciego hasta que, por casualidad, te topes con alguno, si es que la casualidad se pone de tu parte. ¿Y quiénes te arrojan sobre el aprendizaje? ¡Quiénes si no que quienes te guían hacia él! La mayor parte de las veces toman forma de profesores. Pero, en el panorama compositivo, sólo lo son si están en condición de revelarte los rincones más recónditos de la creación, empujándote a la vacuidad de las ideas para que tú mismo las rellenes una vez te enfrentes al inagotable proceso de crear. Mi vida tuvo la suerte de tropezar con las de dos de estos profesores, bien diferentes entre sí. Sesión tras sesión, llevaron ante el juez de sus respectivas opiniones todas mis composiciones. Y así, con la promesa de enmendarlos, mis obras reconocieron los errores cometidos. Reconociéndolos, redescubrían cómo apelar mejor al gusto de nuestros oídos. Durante esos pleitos artísticos, Rafa me forzó a empacharme con sonoridades nuevas y ritmos que jamás habría imaginado ser capaz de medir, mientras Daniel, a su manera, me acribilló con ráfagas de aspectos formales y cuestionamientos musicales que nunca me había planteado. Gracias a la labor de ambos, o por culpa de ella, mi recién nacida música dio sus primeros pasos. Impresionado como estaba, poco después se me ocurrió dedicarles, a través de una síntesis musical sugestionada por ellos, una piececita de agradecimiento.

Rádafa foliana es la combinación de las enseñanzas de los dos profesores que me bautizaron en el arte de la composición: por un lado, un ritmo cojo y muy característico, de la misma índole de manjares exquisitos y musicales que Rafa me ofrecía en sus clases; por otro, una brevísima melodía, completamente equilibrada según los designios de Daniel, y respaldada por un inequívoco colchón armónico, encargado de inaugurarla y concluirla. En suma, una obra que personifica un instante inspirador, refrescante y capaz de hacer disfrutar a cualquiera que se detenga a inmiscuirse en él. ¿Y qué rol desempeña la plantilla que pone voz a su partitura? El siguiente. La caja flamenca se personará para afianzar el ritmo, embelleciéndolo con tantas licencias como se quiera. La guitarra, por su parte, renovará el ambiente con esa peculiar escordatura (sexta cuerda en Fa). No obstante, quien esté a cargo de la melodía será quien recree la jovialidad de ese efímero instante, adornándolo con ecos una vez haya concluido.

Siguiendo en esta línea, Rádafa foliana no es ni más ni menos que una juguetona muestra de gratitud, consagrada a quienes, con su activa participación, se esmeran en la enseñanza de otros.