Cuántas son las veces que la familia, nuestro más primigenio contacto con el mundo, nos da la bienvenida a él, sembrando las ideas, valores y formas de ser que luego germinarán nuestra identidad. Cuántas son las veces que la familia nos sobrecarga de vida, de ganas de comernos los sueños, digiriéndolos con su apoyo esperablemente incondicional. Y cuántas son las veces que la familia, tan sacrificada por una causa tan minúscula ‒‒y al mismo tiempo tan extraordinaria‒‒ como un hijo o una hija, se empeña, día tras día, en vestirle con recursos para que sea feliz. Esta obra es una oda a esa versión de la familia, a esa versión de mi familia, una versión que nunca ha dejado ni dejará de fascinarme, pues, ¿cómo puede el abrazo familiar ofrecerte tanto teniendo tan poco? Además, si hay algo que me aporta mi familia, sin lugar a dudas, es «vida». Me mantiene vivo, vital, enérgico, me regala la sensación de poder con todo. Y, pese a todo tipo de dificultades, ha conseguido mantener a todos sus miembros dentro de un caparazón de amor indestructible. Con Vidalia se pretende, por un lado, agradecer esa ardua labor de formación de personas en la que afanada está, o debería, cualquiera de nuestras familias, y en especial la mía; y, por otro, realzar ese papel que toda familia debería brindar a sus miembros: un infinito legado de campos y campos de ilusión, ideado para ser cosechado conforme transcurren los años.

Respecto a la música, la vida rebosante estará representada por el latir de un pulso imparable en 6/8 que, aun amansado en la sección intermedia, nunca dejará de hilvanar recurrentemente esa simple melodía que aparece de los primeros compases en adelante. La plantilla de intérpretes tampoco es fruto de una elección azarosa. Las ocho guitarras de Vidalia representan a los diferentes miembros de la familia, cada uno de ellos necesario para entretejer esa vida que es fruto de la unión familiar. Son ocho haciendo alusión a las familias numerosas, como es el caso de la mía. Otro aspecto característico puede encontrarse en las cinco notas a las que está limitada la obra: Mi, Sol, La, Si y Re. Lo realmente curioso es que aparecerá un Do en un momento puntual, generando un color hasta entonces inexistente que, sin embargo, rápidamente desaparece. Lo último a tener en cuenta es el tratamiento de las ocho guitarras. Pese a la escueta duración de esta obra, a lo largo y ancho de sus compases podemos apreciar la inmensa colección de recursos tímbricos y técnicos que la guitarra nos ofrece, desde trémolos rasgados hasta armónicos naturales, desde arpegios hasta tamboras percusivas, desde los extremos agudos de la primera cuerda hasta los registros metálicos y “profundos” de las tres más graves, desde pizzicatos hasta bendings…

Por todo ello, Vidalia se erige como un muestrario de la guitarra, además de engendrar una exaltación más de la familia.